miércoles, 20 de mayo de 2009

margarito ledesma: "el corazón humano de la gente"

El corazón humano de la gente
es cual una vejiga que se llena.
Echándole más aire que el prudente,
se va infle y infle y infle hasta que truena.
Margarito Ledesma

Quien lee por primera vez a Margarito Ledesma, el poeta de Chamacuero, experimenta una extraña sensación de burla e incredulidad que se convierte en una carcajada conforme avanza en la lectura de sus poemas.
“El humilde poeta Margarito”, como él mismo se hacía llamar, aparenta ser un hombre de “escasísima cultura, llegando a veces hasta las lindes de lo grotesco y lo ridículo”, según lo califica Leobino Zabala en su Explicación a la edición de 1920. A su vez, Leobino Zavala figura como mero prologador y editor. Asegura nunca haber tratado personalmente con el poeta Ledesma y, sin embargo, intercala versos suyos con los del bardo Margarito en el homenaje a Mario Talavera.
A lo largo de su único libro de poesías el prologador, Leobino Zavala, nos permite atisbar la vida de Margarito Ledesma, misma que percibimos a través de sus notas de pie de página. Es precisamente en estas notas y aclaraciones donde radica el valor humorístico de la obra, pues evidencian al ingenuo e ignorante Margarito Ledesma, un provinciano maduro asombrado ante las personas, trámites y modas ajenas a su “hermosa tierra que lo vio nacer y donde vio la luz primera”. Sus descripciones nos permiten reconocer a “un hombre de buena voluntad y muy caritativo y muy alegador, que desfiende mucho al pueblo desvalido y quiere mucho a esta población y, además, es mi compadre muy estimado”, según declara (“su inútil y S. S.”) Melitón Palomares, en el Prólogo de esa misma edición.
Margarito mostraba habilidad para la composición de historias rimadas, lo que le ganó admiradores en la población de Chamacuero (hoy, simplemente Comonfort), pero también muchos rencores, ya fuera por su personalidad: alegador pero enemigo de los golpes y, por lo que se lee, poco hábil para la lucha; ya fuera también por las indiscreciones que Margarito cometía en sus “hermosas poesías”. Los admiradores ayudaron a corregir sus poemas, muchas veces haciéndoles un muy dudoso favor, los segundos infundieron en Margarito la urgencia de ver publicados sus textos “para tener el gusto de refregárselos en la cara a los envidiosos de su pueblo”.
Hay en el libro de Margarito, sin embargo, un intenso sabor a ironía. Si bien se le señala como un hombre inculto e inocente, en algunas de sus composiciones surgen destellos que hacen dudar de tal candidez y de pronto parece que “el humilde poeta Margarito” estuviera jugando con sus lectores, fingiendo ignorancia sobre un asunto que éstos conocen de sobra y del cual él derrocha detalles para que no quede duda de su reconocida “ingenuidad”.
Leobino Zavala asegura que Margarito Ledesma desapareció de Chamacuero sin ver publicado su libro y que jamás se volvió a tener noticias de él, aunque un sobrino del bardo le refirió haber escuchado algunas anécdotas que incluye en los diferentes prólogos.

Leobino Zavala, la mano escondida.
La inquieta vida del licenciado Leobino Zavala enmarca perfectamente al creador del entrañable “poeta de Chamacuero”: Leobino Zavala nació en Uriangato, Guanajuato, en 1887, y murió en San Miguel de Allende, del mismo estado, en 1974. Estudió Derecho en el Colegio de Guanajuato, hoy Universidad de Guanajuato, donde se graduó como abogado en 1910. Fue notario público en San Miguel de Allende. Impartió clases en el Colegio del Estado y también en la Escuela Normal para Señoritas. El 10 de febrero de 1930 fundó la Escuela Secundaria Comercial de Enfermería y Obstetricia, con la finalidad de que San Miguel de Allende tuviese un centro de enseñanza media. Con el tiempo Leobino Zavala ocupó los cargos de diputado federal, y más tarde diputado estatal.
Leobino Zavala Camarena negó siempre haber sido el autor de los poemas de Margarito Ledesma. Cuenta que allá por 1910 recibió el encargo de publicar el manuscrito, mismo que guardó sin leer y permaneció arrumbado durante muchos años, hasta cierta ocasión en que los leyó por curiosidad y la magia poética de Margarito lo convenció no solamente de cumplir con el encargo, sino también de intentar descubrir al misterioso autor de tan extraños poemas.
Aunque afirma que el libro de poesías de Margarito Ledesma fue publicado en 1920, la primera edición no se realizó sino hasta 1950, con prologo del propio Zavala. Luego del fallecimiento de Leobino Zavala el libro de Margarito Ledesma se volvió prácticamente imposible de adquirir hasta que en 1999 el escritor guerrerense Óscar Cortés Tapia seleccionó y prologó una antología de poemas titulada “Su inútil servidor, Margarito Ledesma”, publicada por la Universidad de Guanajuato.

Poesías. Ledesma, Margarito. 14ª Edición. México. 1982

A MARIO TALAVERA

Dice la gente que a Churchíl Wistón
le dieron por allá un premio Nobél,
porque ha escrito novelas a granel
y las sigue escribiendo de a montón.

Y si a Churchíl, allá por sus terrenos,
le dieron ese premio que les digo,
a Mario, que es de acá y es más amigo,
le tenemos que dar dos, por lo menos.

Porque si aquel señor, por sus novelas,
le dieron por allá un premio Nobél,
a MARIO, sin andar con pretensiones,
es justo que le den en San Miguel
un premio Cancionél por sus canciones,
y por sus cuentos, un premio Cuentél.

Y hasta se me hace poco lo que digo,
pues muy justo y legal yo considero
le den otro de ser muy buen amigo
y otro, además, por ser muy buen torero.

Y así verán en los Estados Unidos,
o donde dichos premios estén dando,
que no estamos aquí tan sumergidos
y los damos también de cuando en cuando.

I

Mi perro Canelo

Yo tenía un perro canelo,
un perro muy entendido
nomás le echaba un chiflido
y hasta botaba en el suelo.

Le decía “vete” y se iba;
“quédate aquí”, y se quedaba;
“bájate de áhi”, se bajaba;
“sube” y subía para arriba.

Le decía “dame la mano”,
luego luego me la daba:
le decía “baila” y bailaba
como si fuera un cristiano.

Le decía “ven acá, perro”
y luego, luego venía
solo cuando no quería
iba a esconderse en el cerro.

Todo lo que le mandaba
con mucho gusto lo hacía
y si nada le decía
él tampoco no hacía nada.

Tiraba piedras al cerro
y él iba y las recogía,
y luego hasta me traía
en vez de piedra, un becerro.

Pero no vayan a creer que era un becerro grande pues no hubiera podido con él; sino becerritos chiquitos, de esos que todavía maman, y a veces un chivito o un puerco de tamaño mediano.

Era un perro de buen paso
que siempre me obedecía;
sólo cuando no quería,
entonces no me hacía caso.

Le decía “no hables”, no hablaba;
no comas, y no comía;
“no tuesas”, y no tosía;
“no gruñas”, y no gruñaba.

Era un animal tan bueno
que todo, todo lo hacía.
¡Lástima que un policía
me le haya echado veneno!

Nota.--- Muy bien sé que no se dice “gruñaba”, sino “gruñía”; pero si le hubiera puesto así no hubía resultado el verso, y entonces los que ustedes ya saben habían de decir que qué feo le andaba haciendo yo. Por eso le puse “gruñaba”.

PURAS MENTIRAS
Estuvo aquí de visita,
en casa de don Joaquín,
un señor medio catrín
de bastón y de levita.

Dicen que era un preceptor
de la propia capital,
y le cuadraba el mezcal
y, si había pulque... mejor.

Traía tamaña leontina
y un reló quesque de plata.
yo creo que era de hojelata
y no de lámina fina.

También portaba unos lentes
que abajo tenían arquitos,
para mirar a las gentes
y para ler los escritos.

Me explicó Pancho la Puerca
son lentes de dos reflejos:
uno para ver de lejos
y otro para ver de cerca.

Y, según me dio a entender
con palabras provechosas,
lo de arriba es para cosas,
lo de abajo para ler.

Y el que los trai no se priva,
pues sólo tiene el trabajo
de alzar los ojos pa arriba
o de bajarlos pa abajo.

También usaba un bastón
que adentro traía un paraguas,
y él decía que en tiempo de aguas
nomás le daba el sacón.

Era un hombre muy chocoso,
muy tieso, muy estirado,
que me caía muy pesado
y que era muy mentiroso.

Pues, muy cruzado de pierna,
se soltaba miente y miente
y hasta espantaba a la gente
al platicar de un tal Berna.

Decía que Berna era oriundo*
y de tantas garantías,
que le dio la vuelta al mundo
en menos de ochenta días.

Y que era un hombre tan probo,
tan vivo y de tantas ganas,
que anduvo cinco semanas
trepado arriba de un globo.

Y casi sin descansar
ni darse ningunas treguas,
caminó veinte mil leguas
sumido abajo del mar.

Y contaba algo más grave:
que sin alas ni otras trazas,
volaba cual si fuera ave
por encima de las casas.

Y, cual Judas Iscariote,
quería, sin razón alguna,
con un cañón muy grandote
darle un balazo a la Luna.

¿Qué les parece? ¡Caray!
Hay que quitarse el sombrero,
pues salió más embustero
que don Lencho Garibay.

Lo que no entendí muy bien,
porque no hablaba a las claras,
si fue el mismo Berna o quién
el que hizo cosas tan raras.

Mas, sea el que serse, no cuela,
y aunque sean buenas sus miras,
ese montón de mentiras
no se las cree ni su abuela.

NOTA.- La verdad es que, por pura pena y por ser un hombre tan raro y tan chocoso, no me arresgué a preguntarle quién es ese mentao Berna del que nos contó tan grandes mentiras. Yo tanteo que se trata de mi compadre. Bernabé Contreras, al que todos le decimos Berna por puro cariño y porque es un amigo muy cabal y muy parejo y que hace como unos cinco años que se fue para Cholula, donde espero en Dios que viva todavía, pues no ha sido bueno para mandarnos un recadito o siquiera unas saludes con alguien. Y creo que pueda ser él porque no hay por aquí otra persona a quien le dígamos don Berna y porque, además, mi susodicho compadre era muy ingenioso y le gustaba mucho hacer inventos, pues no se me olvida que una vez nos enseñó a agarrar ratones con una cazuela bocabajo y un tejamanil con carne en la punta y, además, porque muchas veces llegó a decirme que tenía muchas ganas de conocer el mar y de andar mar adentro (fíjense, mar adentro), y una vez que unos cirqueros echaron aquí un globo, hasta pagaba porque lo dejaran subir, aunque fuera amarrado del trapecio, y siempre andaba diciendo que qué bonito se sentiría poder volar como los zopilotes y que qué bonito conocer todo el mundo. Voy a ver si puedo indagar su dirección para escribirle y darle a saber lo que ese hombre nos vino a contar aquí, para que nos diga si es cierto y ni no, para que no lo ande descreditando con esas mentiras que ni que fuéramos chiquitos y que hasta puede pensar la gente que él es el que le dice que las cuente para hacerlo quedar bien. Pero, pensándolo bien, mejor no le escribo porque, como ni más hemos vuelto a tener razón de él desde que se fue para Cholula, a poco ya se murió y hasta la estampilla pierdo. No, mejor no le escribo.

OTRA NOTA.- Oriundo es la persona que le gusta andar mucho y que nomás anda de allá para acá y que no le gusta estar en su casa, sino ande y ande por todas partes. Esto lo supe por el Padre Olguín porque una vez, platicando de un señor que estuvo por aquí una temporadita y luego se fue y después volvió a venir y luego volvió a irse y de nuevo volvió a venir y otra vez se fue de nuevo, me dijo que ese señor parecía oriundo de aquí, pues nomás andaba yendo y viniendo y conforme se desaparecía se volvía a aparecer otra vez. Se los digo porque es fácil que algunos no sepan lo que quise decir y hasta vayan a pensarse que quién sabe qué sería lo que quise decir.

NOTA DEL EDITOR.- Yo creo que a Don Margarito le pasó en este caso lo mismo que cuando asistió a la corrida de Silveti, o sea, que no vio ni oyó bien de qué se trataba, y a eso se debe que haya confundido a Julio Verne, de quien seguramente estuvo hablando el “preceptor”, con su compadre Berna; trocando así los conceptos e interpretándolos a su modo.

O TÉMPORA! O MORES!

También este letrero es consejo de don Nacho el de la Botica.

No sé por qué será, pero estoy viendo
que las novias se están despercudiendo
y no platican ya por el balcón;
sino que, sin decir ni agua va,
ni tampoco avisarle a su mamá,
se van con el novio al Estación
y allí platican sin interrupción
hasta que oyen que suena la oración
de la noche.

Tampoco sé por qué, pero he notado
que las viejas y jóvenes han dado
en andar chupe y chupe sin parar,
y que traen el cigarro entre los dedos
y, al estar platicando sus enredos,
no dejan ni un momento de chupar,
ni tampoco dejan de murmurar;
sino que todo es hablar y hablar
de la gente.

Tampoco hallo por qué, pero yo he oído
que en vez de aquel tan agradable ruido
que en las noches había en la población,
pues tocaban guitarras, bandolinas
y pianos y bandurrias y ocarinas
y a veces hasta un dulce bandolón;
sólo se oyen los gritos destemplados
de esos roncos fonógrafos rayados
que gritan cual furiosos condenados,
sin parar.

Tampoco hallo el motivo de otras cosas
muy extrañas, muy raras y curiosas
que veo, que noto y oigo en el lugar,
que me hacen ver que todo está cambiando,
que poco a poco vamos caminando
sin saber dónde iremos a parar
si en el la orilla de algún profundo mar
o en algún apestoso muladar
o dónde.

Nota. — Mucho les recomiendo se fijen en los estrangotes.

Otra. — La verdad, ya no me están cuadrando muchote los consejos y las ayudadas de don Nacho el de la Botica, pues, además de que es muy mandón, como si el libro fuera suyo, mucho me estoy recelando que los letreros que me aconseja no estén bien, pues el otro día unos muchachos me gritaron desde detrás de una esquina: "¡Adiós, Becleriano! ¿Dónde dejaste el Gloria Munde?"

Nota del editor. — Me permito recordar a los lectores que, entre las composiciones de esta obra, hay una que lleva el título de Becqueriana y otra el de Sic transit gloria mundi, sugeridos ambos por don Nacho. Seguramente que a ellas se refiere el señor Ledesma en la nota anterior.

1 comentario:

  1. ¡Qué increíble es Margarito Ledesma, el Humilde Poeta de Chamacuero! ¡Y qué increíble es Leobino Zavala, su creador! Recibe un cordial saludo de Óscar Cortés Tapia.

    P.D. Date una vuelta por "Los 60 cortes", http://oscarcortestapia.blogspot.com
    Hasta pronto.

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